Soliloquio

Cerró los ojos y tragó en seco, la leve presión en su cuello le hacía agua la boca por alguna extraña razón, por el leve miedo que sentía, tal vez, la ansiedad y la evidente tensión sexual que sentía con increíble fuerza en ese momento. ¿Cómo podía algo como eso parecerle tan sensual? Con es carga sexual.

Suponía que no por nada lo franceses habían llamado al orgasmo como una pequeña muerte, quizás lo era, quizás la muerte era un orgasmo permanente y, entre por los pensamientos y la sensación de la manos sobre él, reteniéndolo, acariciándolo como el aliento y nariz de su “atacante”, no pudo evitar suspirar extasiado.

Estaba mal, muy, muy mal... pero no podía negar que su cuerpo quería sentir más de esas manos, de su fuerza al rededor de su cuello. Era malo ignorar al pensamiento racional en momentos como ese, pero dejarse llevar era una tentasión demasiado grande.

Sus manos ligeramente inquitas ahora, no sabían si tratar de pararlo, o alentarlo a continuar.

Estaba mal que aquello resultase a estos niveles embriagante… como una magnifica obra de teatro que te hace involucrarte tanto que te sientes de pronto en el papel, con los vellos del brazo erizados de anticipación… se olvidó de la cordura y los buenos modos durante un rato, se concedió el permiso de ser parte del juego, o del escenario o de lo que fuera aquello…

La mano que le abrazaba y seguía sosteniendo la del rubio, lo soltó lento para ir bajándola de su pecho por su estomago, por su cintura, frente su ombligo y un poco más abajo ubicándose sobre el cinturón frío del escritor presionando un poco contra su cuerpo al ajeno…

Su nariz seguía recorriendo aquel cuello delgado mientras sus dedos seguían cerrados alrededor del mismo con una firmeza hasta cierto punto gentil, pero que no cedía; sentía su pulso bajo su pulgar, y lo escuchaba resonando en su oído… soltó un jadeo suave contra la piel liberando al fin el aire que había aprisionado dentro de si al contener la respiración con el fin de grabarse ese aroma en la memoria… loción, sin duda… loción y aroma natural de hombre; miedo y deseo talvez?…

Un gemido suave se le escapó de los labios prácticamente inaudible porque en teoría para eso necesitaría un poco más de aire.

Su cuerpo, masoquista al parecer, se sentía embriagado, le teñía las mejillas de rojo y se volvía sensible a cada roce, a donde iban las manos del músico que lo tocaban como si se tratara de un instrumento, que lo manipulaban de una forma tan... indescriptible en ese momento. Pero todo lo sentía.

Su aliento, su respiración, su jadeo... todo le provocaba escalofríos.

"¿Vas a matarme?" era lo que sus labios querían preguntar, pero no se atrevían, se quedaban con la sensación de cosquilleo en el borde, se desesperaban y deseaban algo más que aire. El pensamiento era lascivo y, para él, morboso, pero toda la escena lo era. Quería sentir más de eso y lo hacia saber acercándose dócilmente a él.

¡Qué sensación tan poderosa resultaba ser aquella! amplia como el cielo oscureciendo sobre ellos y espesa, ¿porque no? como la sangre que podía sentir fluir bajo sus dedos por ese delicado cuello de piel blanca y fría…

Cuanta seducción podía albergarse en un momento, en ese performance que se les metió en la piel hasta llevarlo al acto… convertir el verbo en carne de alguna forma… esa era la forma; la forma en que sus dedos que acariciaban la hebilla de su cinturón ahora se deslizaban lentamente a un costado de la entrepierna como separando sus piernas, buscando adentrarse a la parte interna de sus muslos… su mente adivinó o imaginó la suavidad de los mismos cuando notó o imaginó como se pegaba aún más aquel cuerpo.

Su mano izquierda sobre el cuello ajeno, que presionaba con sutil insistencia le hizo elevar el rostro un poco más si es que aquello resultaba posible, mientras sin querer, o poder contener las ganas de hacerlo, abrió la boca contra la piel del escritor soltando su aliento, dejándole sentir le presión de sus dientes unos segundos antes de dejarle un beso húmedo en ella… lento, desesperantemente lento… se separó un par de centímetros sólo para soplar sobre esa zona un aliento frío y largo…

Fue uno, como un efecto de dominó fueron cayendo las piezas una tras otra en una cadena… aquel beso rompió la tensión superficial que aún se mantenía, al menos la tensión de Armand, la tensión, la represión, hasta la conciencia… besó de nuevo y con más intensidad ese cuello, absorto en agotar ese inmediato deseo no medía si estaba elevando más el rostro del rubio y si esto le estaba causando algún ligero dolor… pero el hecho es que aún no liberaba de sus dedos al mismo, ni cedía en la firmeza de su agarre. Y en medio de esos besos, de ese raudal que se desbordaba soltó un jadeo desesperado mientras mordía ese cuello al fin, sus dientes clavándose en esa carne suave y húmeda de su propia saliva, sin cortar o desgarrar… pero dejándose sentir sin duda alguna.

Spoiler:

Realmente calaba el aire, tanto como era necesario. Sentía su aliento aliente escaparte y podía verlo en el entorno frío. Le ardía la nariz y la punta de los dedos, pero las mejillas las sentía tan calientes, donde toda la sangre iba a ellas y las teñía de rojo que en las oscuridad a la que ambos se estaban sometiendo, cualquier color sin brillo perdía su intensidad.

Resbaló una de sus manos buscando apoyo en el cuerpo ajeno, porque la posición era cada vez más preocupante, porque aunque se sentía invadido, también estaba cediendo a sus roces y voluntad, estremeciéndose al sentir de los labios sobre su piel, los dientes y el aliento frío que le hacía temblar hasta las rodillas, ¿o era el roce entre sus muslos los que le hacían sentir las piernas débiles?

Apretó su mano en la pierna ajena, en su muslo por cercanía, porque tuvo que cerrar los ojos cuando sintió que forzó de más a su cuello, pero no se atrevió a detener su mano, salvo para rosar el dorso de los dedos que empezaban a lastimar. Y los besos, los besos que dejaban su cuello preparado para la mordida de un vampiro que parecía tomarse su tiempo para jugar con su presa, para hacerla enloquecer en medio de su hipnosis hasta entregarse a sí misma en mente y cuerpo a ese destino, aceptarlo y hasta desearlo.

Suspiró con la mordida, como si entre esos dientes, realmente estuvieran caninos que hubieran cortado la carne hasta llegar a la sangre, como si verdaderamente la estuviera perdido al grado de debilitarse, pero... no, su cuerpo le encontraba cierto gusto masoquista al juego del que quería conocer los límites.

Besaba deslizando sus dientes por aquella piel deliciosa y fina, una vez, dos… lamía y soplaba luego aire frío para contrastar; una nubecilla vaporosa aparecía y se deshacía a escasos centímetros de su rostro en un compás sincronizado con el respirar del rubio, al estar tan obstinadamente ocupado en el cuello ajeno tardó más de lo normal en percatarse que se trataba del aliento del escritor, como vida evaporándose… sintió la mano del otro presionarse en su muslo y un roce fino de sus dedos contra la mano que seguía sosteniéndole por el cuello.

Aquel cuerpo recargado al suyo, balanceándose en una posición un tanto precaria si Armand decidía soltarle… iría a dar al río después de una buena rodada por la orilla… pero nunca haría eso ¿Cómo dejarle ir?

Liberó el agarre del cuello ajeno deslizando su mano con la palma abierta por todo el cuello del escritor, bajó a la clavícula y buscó la forma de colarse dentro de su ropa, de evadir la chaqueta, el saco, lo que fuera que llevase puesto en esos momentos y colarse, quería sentir los botones de su camisa o el cuello de su playera entre sus dedos…

Su nariz se deslizo por ese cuello calido liberado de aquella presión, subió hasta el lóbulo de la oreja y susurró bajo, demasiado bajo…

-¿No es esta la parte donde pides ayuda? ¿O será que no la deseas?-

Antes de permitir que le contestase nada lamió aquel lóbulo como un botoncito de carne para luego morderlo con delicadeza… la mano que había parado en sus muslos subía lentamente como acariciando la costura interna del pantalón…

Escalofríos, todo su cuerpo los sentía, desde la nuca hasta la parte baja de la espalda. Los vellos de su brazo estaban erizados y, de intentar hablar, le temblaría la voz. Era la señal de que aún le quedaba algo de voluntad, de cordura, pero que se iría tarde o temprano, esperaba que más pronto que tarde, a ese paso. Sucumbir... eso también estaba bien.

Jadeó suave con la intromisión de los dedos en su pecho, separado del tacto sólo por una delgada tela de la camisa celeste y sus blancos botones que en la mente del escritor se traducían a otros "botones" que reaccionaban por lo que los de plástico no podían.

Suspiró con el sentir frío de la nariz ajena que revivió los escalofríos y la expectativa, su voz...

-¿Ayuda...? - la última "a" se alargó en reacción. Su mente estaba llena de bruma, nublada en deseo de ser consumida de un único bocado, de una mordida. Y sus piernas, ellas sólo podían temblar e intentar juntarse, como virginal doncella en su primera noche, el roce era intromisión y despertar de deseos.

Deseos realmente impuros...

-No... sólo deseo...

Ambigüedad, donde cabían todas y ninguna de las palabras.

Percibió aquel jadeo, vaya… que hasta sintió que podía aspirar el aroma que emanaba ese aliento, quizá parte del embrujo del deseo de aquel escenario era hacerle compartir algunas habilidades con el depredador del que hacía el papel, el asesino de sombras, el que deseaba, que provocaba y atrapaba a su deliciosa victima. Un botón… dos… tres… aquella camisa se abría entre sus dedos, exponiéndolo para su mano, la deslizó al fin sobre aquella piel… deliciosa, suave… se coló por su pecho, la línea sutil del torso… y regresó lentamente el camino andado deslizando sus yemas por encima de un par de botoncitos de carne, un poco más duros de lo habitual…


Se sonrió… ¿ese hombre qué cosa era? Susurros, pequeñas palabras, y lo convertía a él en algo que desconocía, una parte de su personalidad tan arraigada, tan baja… tan pulsional que le costaba reconocerla, aunque se sintiera a la vez perfectamente a gusto en ella. Le beso nuevamente al escuchar su respuesta…. Sólo deseo…


-Sólo deseo eh… ¿Cuánto?- mientras ronroneaba esas palabras contra su oreja la mano que delineaba las costuras de su pantalón se posó delicadamente sobre la entrepierna del escritor presionándose contra ella un poco… deseo… -Deseo de qué…?- preguntó delicadamente mientras perdido completamente en esa parte de si mismo comenzaba a mover sus manos sobre su encantadora victima buscando incendiar aún más aquel deseo.

El frío le rozó el pecho antes que los dedos que le hicieron arquear levemente la espalda porque, aunque menos que la nariz, también estaban fríos al contacto con su cálida piel que había estado tan protegida bajo la tela, bajo la bufanda que ahora estaba desarreglada y había caído parcialmente de su cuello, porque de las dos vueltas a su al rededor, ya sólo había una y la larga tela caía rozando sobre el pantalón el muslo.

Jadeó y el aire le dolió en los pulmones terriblemente, demasiado húmedo, como restos de aliento, pero helado, como si fuera el vaho que desprendiera una criatura sepulcral, pero con un aroma demasiado... agradable como para serlo. El viento era un fantasma benévolo que le besaba los labios y el vampiro que lo tomaba por la espalda deseaba poseerlo... y, por un momento, él mismo deseo eso.

Un sonido extasiado se le escapó con los roces sobre su carne, un gemido de placer contenido que le nublaba la vista mientras alzaba esta al cielo y apenas y le veía estrellas.

¿Cuánto?

-Todo...

¿De qué...?

-Bébeme...

Ahora fue el mismo quien deseo… ser realmente ese vampiro, poder beberlo completamente, hacerlo suyo a ese nivel tan irreal y fantasioso como la atmósfera que los rodeaba…

Frotó su mano contra aquella entrepierna nuevamente, un poco más profundo, rozando más de aquella carne, caliente debajo de la tela, debajo de su mano, frente a su cuerpo y su propio calor y su propia excitación, su cuerpo empezaba a reaccionar… ¿Cómo evitarlo? Aquello era más erótico que la charla de hacía una hora… jadeó contra su cuello mordiendo de nuevo su blanca piel, deseando malsanamente sentir la sangre caliente deslizarse por su garganta…

Quizás una parte de nosotros, una muy baja, muy instintiva, completamente reptil despierta en ese tipo de situaciones, las entregadas completamente al instinto… a la parte hasta cierto punto… menos civilizada de nosotros mismos… Armand recordó su llavero, ahí llevaba colgado junto a sus llaves una navaja inglesa, una de esas cosas que tienen en miniatura tijeras, desarmador… y una navaja pequeña pero afilada que salía al deslizar un botoncito del mango a un lado… navaja y sangre… sintió escalofríos al pensarlo jadeando contra la oreja del rubio.

Su diestra se apartó del cuerpo del escritor, fue a la bolsa de su pantalón y tanteo hasta acariciar con las yemas el frío metal de las llaves y un poco más allá, el llavero negro que era la navaja…

-No te muevas...- susurró apenas mientras se mordía los labios

Todo era demasiado... erótico. Demasiado personal y estaba engalanado de una magia sensual. Su supuesto asesino estaba cerca de hacerse su amante. Pero, ¿no había en el asesinato esa misma magia sensual? En amabas cosas había una violencia, medida o desmedida, había una clímax, una culminación que sonaba a muerte, que en ambos casos era una forma de orgasmo.

Realmente, más que en teoría, ¿qué podía saber él del asesinato?

Ah... pero por eso podía fantasear con esa fuerza opresora, la que retiene en su sitio, la que doblega y que, ahora, a su modo, Armand ejercía sobre él como hechizo con su voz, su aliento y los roces con los que lo hacía temblar y entregarse a lo que él pelirrojo deseara hacer con él.

Trató de verlo por el rabillo del ojo antes de asentir, muy suavemente, lamiéndose los labios.

-No lo haré...

El daño, la agresión… la sangre y el metal… la carne y el calor… ¿Así cambiaría de opinión un asesino? ¿Pasaría a convertir a su victima en su objeto de deseo? Bueno... después de todo, una victima es justamente eso, el objeto de un deseo… ese deseo fuerte y vivo que latía en el interior… la muerte y el sexo… el placer por el placer, incluso el del dolor… no era cambiar de opinión, el deseo es un camino intrincado… no sabes a donde puede llevarte al final…

La navaja oculta en su mano, y los conocimientos que no creyó usar algún día… sostuvo la muñeca del rubio firmemente, haciéndole abrir la palma de su mano izquierda ubicándola frente a él, a la altura de su torso… que la pudiese ver si quería, cruzó el brazo derecho frente a él colocando el filo de la navaja contra su mano siempre manteniéndola oculta… y como si fuera su uña y no un artefacto de hombre, presionó contra aquella palma abriendo una línea delgada y rojiza, una herida no tan profunda… pero ahí donde la sangre fluye considerablemente…

La miró fluir guiando la mano para que escurriera hacia la muñeca del rubio… la adorada muñeca, la palpitante, blanca y delicada muñeca… le abrazó fuertemente con el brazo derecho después de ocultar su arma, mientras elevaba la otra hacia su rostro… líneas rojas, calientes escurriendo hacia el brazo del chico… no lo dejó seguir, bebió la sangre mordiendo su muñeca, lamiendo aquellos hilos delgados mientras volvía a presionar su mano contra la entrepierna ajena, frotándola… buscando el zipper…

Se quejó bajito por el corte, con un pequeño movimiento de su mano que, por reacción, trató de cerrarse al daño. Sintió el ardor en la herida y el calor de la sangre que empezaba a salir y que podía notar en su color entre rojizo y oscuro que tenía su propio brillo a la luz de la noche.

La gorda gota de sangre, mientras recorría su piel, le causó escalofríos, lo erizó al poner en su cabeza otro tipo de imagenes, de sensaciones, de líquido "corriéndose" y la connotación de esa palabra... Otra de las razones por las que le robó el aliento, eso, todo el conjunto... ¡Y su otra mano!

Tenía que morderse los labios si no quería gritar de puro placer. Mordérselos y cubrirlos con fuerza, escuchando su propia respiración acelerada en sus oídos mientras él mismo buscaba más de ese contacto.

Eran sonidos ahogados, una queja, un gemido, la hiperventilación, el aliento escabulléndose incluso de esas manos que trataban de evitarlo… sentía la adrenalina corriendo por su cuerpo en oleadas precisas y continuas… cada que cerraba su boca mordisqueándole la muñeca y un poco más abajo ante una nueva línea rojiza, ante aquellas gotas de vida dulce, metálica… caliente…

Caliente no sólo la sangre, todo el cuerpo del otro… y el propio; le abrió el cinturón con más habilidad de la que hubiera creído tener, metió su mano bajo la tela, colándose a la fuerza, haciendo que el cierre bajara por la presión de la invasión mientras lo tomaba, caliente en su mano, un tizón ardiendo… pegó sus caderas contra él mientras empezaba a masturbarlo… lamía los caminos en su antebrazo hasta llegar a la herida de la palma, su lengua caliente y roja por sangre que no era suya, sus ojos cerrados a todo… excepto a ese momento, a esa persona, a ese éxtasis.

Jadeó, no podía más con eso, con sus ardientes roces, con su demandante actitud con su cuerpo. Estaba al borde de la mas deliciosa locura.

Movió el rostro para poder besarle el cuello y morderle suavemente el lóbulo de la oreja, llevando su mano libre sobre la que lo masturbaba, alentándola a seguir, a hacer más de él como lo que quería, moviendo su cadera contra ella.

El aliento de ambos seguro podía verse en el aire frío como exhalaciones, perdidas de alma, si se quería. Deseaba más de esa experiencia, de toda ella. Que lo poseyera entero.

-Uhm…-

Se mordió los labios degustando el sabor metálico de la sangre ajena en la que estaban impregnados, hasta el momento había llevado la voz cantante, manejando a su antojo y a su orden… sin embargo después de tanta tensión, de la excitación que le provocaba todo aquello, sentir los labios de su elegido en su cuello, su lengua y el aliento viciado de placer era un alivio, un goce liberador.

Aquella mano le incitaba a seguir y así lo hizo, moviéndose constantemente, jugando con sus dedos sobre el glande del escritor, deslizando la delicada piel hacia abajo en movimientos acompasados, ejerciendo presión para abarcar cada nervio, cada vena palpitante por atención. Mientras le dejaba espacio en su cuello haciendo el rostro a un lado sin despegar los labios de la herida que gracias a su lengua ya no manaba, pegaba sus caderas acompasadamente al cuerpo del rubio, simulando la experiencia que le encantaría llevar al acto, de forma que aquel encuentro y aquella perversión fueran totales.