Porque a pesar de todo... te amo

Sabía perfectamente que Alexander terminaría tomando cartas en el asunto de las niñas en cuanto estuviera más tranquilo, en cuanto hubieran terminado con lo que se debía hacer... los hombres que interceptaron el carro de las niñas iban a sufrir... iban a sufrir tanto, por dentro su lado más psicópata parecía sonreír encantado con lo que podría hacerle a los culpables... claro que también tenía que ver que estaba planeando el menor. Oh, pero eso era lo de menos, siempre podrían hallar algo que hacer juntos.

Se acercó un poco más para terminar abrazándolos a ambos un momento con sus brazos... ellos eran lo único que le quedaba, las niñas estaban muertas, pero aún tenía que seguir adelante por Clío, y por Alexander, por ese hombre por el que siempre se obligó a ser fuerte, por quien cuando eran niños soportaba las golpizas y vejaciones a las que lo sometía su padre, y podría ir a ver a su único amigo de ese entonces, y fingir que no había pasado nada, que no le dolía cada centímetro de su ser... y no solo físicamente.

Se separó del abrazo dejándole un beso en la cabezita a su niña de oscuros cabellos como los propios y se apartó de ellos un poco sólo para respirar hondo y mirar su reloj, ya era hora.

-Vamos Alexander, tenemos que ir-

Realmente si no fuera un hipócrita tan experimentado y tan bueno no podría hacer aquello; si, porque por dentro sentía que lo poco que quedaba de sus emociones se retorcían y se destrozaban lentamente, en cachitos, en pequeños y múltiples cachitos. No podían pedirle que hiciera eso. Ah, pero TENÍA que, por Alexander, por Clío...

Salió de su oficina para empezar a caminar al dado del menor, con la mano en su espalda mientras iban hacia la Capilla, ahí se haría una pequeña ceremonia, y estarían hasta la hora en que la carroza de la funeraria llegara para llevarlos al cementerio... para enterrar a su niñas. A sus pequeñas mocosas del demonio. Mientras avanzaban sentía un abismo formarse en donde se suponía estaba su corazón, pero por fuera se mantenía inexpresivo, tranquilo, con la mirada algo demacrada por el cansancio, pero sus ojos no reflejaban nada, ni el más mínimo atisbo del caos que era por dentro.

En cuanto llegaron a la Capilla dejó a Alexander ir hacia los féretros, empezando a fungir como barrera humana entre él y las personas que habían ido a darles sus condolencias, porque no iba a permitir que perturbaran más a su esposo, no, y si eso significaba tener que ser el que saludara a todos, el que escuchara tantas veces esas frases prefabricadas que dices a alguien durante un velorio. No importaba, de cualquier forma siempre había sido así, siempre había sido quien protegiera al menor.

Estaba como siempre había estado, y como siempre estaría, reprimiendo sus emociones para estar ahí para Alexander, siempre cerca, siempre a su lado.

El podía haberse quedado como barrera humana para que Alexander pudiera estar tranquilo, podría, no es como si no lo hubiera hecho antes, y no era como si pudiera ser muy demostrativo tampoco, pero sencillamente es que estaba a cansado, quería echarse en alguna cama y no despertar en varios días, despertar y que aquello no fuera más que un mal sueño.

Pero al ver como aquél guardaespaldas apartaba a la gente, y al sentir la mano de su esposo después, supo que no era así, no sería así, sencillamente caminó on él hasta quedar frente a los féretros, mirando a las niñas ahí, inmóviles, sin respiración... podía ser muy frío cuando de emociones se trataba, por su profesión, por su pasado, por todo lo que era y había sido... pero no podía evitar sentir aquellas ganas de realmente demostrar su dolor, sufrir como se debía.

Cuando Alexander se soltó a llorar en ese sitio, algo en su interior se quebró ¿su mente? ¿su corazón? en ese instante no importaba, porque agachó la cabeza dejando que su rostro se ocultara un poco, y miró a sus niñas con una expresión de profundo dolor, una mirada vacía, y no había lágrimas, solamente porque él ya no sabía llorar, había dejado de llorar en el momento justo en que su padre decidió empezar a tocarlo.

Al escuchar la amenaza de Alexander su mirada cambió, porque si, también su mente se había quebrado y solo volteó a ver a los presentes con una expresión de frialdad y dureza, esa mirada que tantos temían, esa mirada que lo caracterizaba, pero que se veía aún más amenazante porque sus pupilas lucían un poco más afiladas. Y si, eso era una sentencia de muerte, en cuanto descubrieran quien fue el culpable él mismo se encargaría de acabar con la mísera existencia del culpable. El o Alexander, o ambos... el punto era que no se iba a quedar así.